🪞 Jamás habría imaginado que una simple casualidad me llevaría a un hallazgo así.
Solo quería resguardarme de la lluvia. La ciudad me resultaba ajena, las calles desconocidas. El viento me arrojaba gotas en la cara, y me metí en un callejón que ni siquiera los mapas parecían conocer.
Los letreros empapados se movían como fantasmas, los cristales estaban agrietados y cubiertos de telarañas.
Y entonces la vi: una pequeña placa casi invisible, colgando de una bisagra. En letras desvaídas decía: “El susurro de ayer”.
La tienda parecía cerrada desde hace veinte años. Pero algo me atrajo hacia allí. Y fue allí donde encontré algo que aún no logro sacar de mi cabeza…👇
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Llovía a cántaros cuando me perdí y acabé en un estrecho callejón lleno de letreros oxidados, ventanas rotas y un murmullo antiguo.
La débil luz de “El susurro de ayer” me hizo detenerme.
La curiosidad me ganó — empujé la puerta chirriante y entré. En el aire flotaba el aroma de libros viejos, madera y algo misterioso.
Entre cientos de objetos extraños, mis ojos se posaron en un pequeño recipiente metálico con tapa. Era opaco, con una pátina verdosa, como si guardara un secreto centenario.
Abrí con cuidado — dentro había una cavidad oscurecida. ¿Un candelero? ¿Una salera antigua? No lo sabía. El vendedor notó mi interés y se acercó.
“Es un tintero”, dijo. “De finales del siglo XIX. De estaño. Y esas patas… evitan que la tinta se derrame, incluso si se vuelca.”
Me dejó impresionada. Ese pequeño objeto, casi olvidado, alguna vez estuvo en un escritorio junto a cartas llenas de secretos y una pluma.
Ahora está en mi casa. No como tintero — sino como recordatorio de que los descubrimientos más mágicos ocurren cuando te pierdes bajo la lluvia y eliges el camino menos esperado.










