Estaba sentada en la ventana, intentando disfrutar del raro silencio, cuando irrumpió en el patio un grupo ruidoso de adolescentes

Vibras Positivas

😲😨 Estaba sentada en la ventana, intentando disfrutar del raro silencio, cuando irrumpió en el patio un grupo ruidoso de adolescentes. Se sentaron en el banco y empezaron a hacer escándalo. No aguanté y les llamé la atención, pero ellos me mandaron «a callar». Sin embargo, unos minutos después recibieron una lección que nunca olvidarán.

El grupo se acomodó en el banco bajo las ventanas y gritaba tan fuerte que los cristales temblaban. No aguanté y dije: «Chicos, ¿pueden hablar más bajo? ¡Un poco de respeto hacia los demás!» La respuesta fue inmediata: me mandaron «a callar».

Ya estaba por cerrar la ventana y resignarme a su descaro, cuando de repente ocurrió algo que nos dejó a todos atónitos.

Primero se oyó en el patio un crujido agudo y desagradable. Y enseguida — unos golpes sordos «dm-dm-dm», como si alguien golpeara el metal. Después se escucharon sus propios gritos — chillidos, mezclados con risas y pánico.

Empezaron a saltar frenéticamente de un lugar a otro, como si intentaran escapar de un enemigo invisible, sin entender qué era lo que retumbaba justo bajo sus pies.

La escena era absurda: un minuto antes — adolescentes insolentes y seguros de sí mismos, y ahora corrían por el patio tropezando, tirando mochilas y teléfonos, solo para huir de aquella extraña «trampa».

Yo me quedé en la ventana, desconcertada, sin entender lo que pasaba. Y de repente vi en el balcón de arriba a mi vecina anciana. Estaba sentada tranquilamente en un sillón, con los brazos cruzados en el pecho, y me guiñó un ojo con picardía. Su rostro mostraba una satisfacción evidente, como si acabara de representar su propia obra de teatro.

Ahora les contaré exactamente lo que pasó, y ustedes díganme: ¿merecían esos adolescentes una lección así?

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Como se supo después, mi vecina llevaba varias noches observando perfectamente la escena desde su ventana. Veía cómo los adolescentes se reunían en la entrada, maldecían en voz alta, tiraban basura y se comportaban como si el patio les perteneciera solo a ellos. Su paciencia se acabó.

Resultó que en su trastero aún tenía viejos juguetes de sus nietos — unos «petardos» de goma que, al caer, producen un fuerte estallido y un extraño retumbar metálico.

Por la noche arrojó discretamente un par de ellos justo debajo del banco, un poco apartados de los adolescentes.

El crujido característico, los estallidos y la vibración inesperada hicieron su trabajo: el efecto fue tan convincente que los chicos creyeron en una «fuerza misteriosa del patio» y salieron corriendo a toda velocidad.

Después mi vecina confesó riendo: «Que aprendan lo que cuesta hacer ruido. ¿Quieren gritar? Que lo hagan en otro lugar». Yo solo pude encogerme de hombros.

A veces, la lección más simple de una abuela resulta mucho más eficaz que cualquier sermón.

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El Lindo Rincón