Después de terminar la escuela nosotros cuatro amigos inseparables hicimos un juramento

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😨😲Después de terminar la escuela, nosotros, cuatro amigos inseparables, hicimos un juramento: pasara lo que pasara, dentro de cuarenta años nos reuniríamos en nuestro lugar favorito. A la cita llegaron tres… pero el cuarto nunca apareció. En su lugar encontramos una carta con su nombre. La abrimos y ya las primeras líneas nos dejaron paralizados…

En su momento éramos inseparables — yo y mis tres amigos. La escuela terminó y parecía que teníamos toda una vida por delante. Pero justo entonces el destino decidió de otra manera: nos dispersó en diferentes ciudades.

Lo sufrimos mucho y, para no perder el hilo de la amistad, nos dimos nuestra palabra: dentro de cuarenta años, dondequiera que estuviéramos, nos reuniríamos otra vez — en esa misma plaza, en aquel viejo banco que fue testigo de nuestras conversaciones y sueños juveniles.

Pasaron los años. El torbellino de la vida atrapó a cada uno de nosotros: trabajo, familias, preocupaciones… El contacto se fue perdiendo poco a poco. Pero el juramento hecho en la juventud vivía en la memoria de cada uno.

Y así, cuarenta años después, yo llegué. Llegaron también otros dos. Nos mirábamos con inquietud: «Bueno, Alex también debe aparecer. No puede ser de otra manera». Los minutos pasaban dolorosamente lentos. Pero él no venía.

Cuando la esperanza se apagó, nos sentamos en ese mismo banco. La amargura de la decepción apretaba nuestros corazones: el encuentro estaba incompleto. Y de pronto la mirada cayó abajo — bajo el banco había un sobre. En él — su nombre.

Lo abrimos y ya las primeras líneas nos dejaron paralizados… 😵😱 Continuación en el estilo del primer comentario 👇

En la carta confesaba: su vida no había sido fácil. Ni carrera, ni bienestar — solo una lucha constante por sobrevivir. No podía permitirse el viaje, y eso le partía el corazón.

Escribía que durante cuarenta años había recordado nuestro pacto, pero el tiempo y las circunstancias le habían quitado no solo la posibilidad de venir, sino también el contacto con nosotros. Todos los números, todas las direcciones se habían perdido.

«He buscado durante mucho tiempo aunque fuera un pequeño hilo, — escribía. — Y cuando por casualidad logré, a través de conocidos, contactar con alguien en vuestra ciudad, pedí solo una cosa: imprimir esta carta y fijarla en nuestro banco. Para que supierais — no os he olvidado. Estuve con vosotros en mis pensamientos. Siempre».

Esas líneas nos atravesaron el alma.

Leímos la carta hasta el final — y allí estaban su dirección, sus contactos, que con tanto esfuerzo había dejado. Nos miramos y la decisión nació al instante: no íbamos a quedarnos sentados aquí lamentándonos. Si él no podía venir a nosotros — entonces nosotros iríamos a él.

Al día siguiente ya estábamos en camino. El largo viaje no nos parecía pesado — en nuestros pechos ardía el fuego de aquella promesa que habíamos hecho siendo muchachos.

Y llegó el momento del encuentro. Cuando abrió la puerta y nos vio a los tres en el umbral, sus ojos se llenaron de lágrimas. Nos abrazamos y el tiempo pareció desaparecer — como si esos cuarenta años nunca hubieran existido.

En ese momento comprendimos: la verdadera amistad lo soporta todo — pobreza, distancia, años. Y lo más importante era que estábamos juntos de nuevo. Completos. Verdaderos. Felices.

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El Lindo Rincón