😵😲 Compramos esta casa en el campo por la salud de nuestra hija. Todo parecía perfecto, hasta que por las noches comenzaron a escucharse extraños sonidos provenientes del viejo pozo, parecidos a llantos.
Compramos esta casa en el campo por nuestra hija. Sus pulmones no soportaban el aire de la ciudad, y aquí, entre los campos y la tranquilidad, esperaba que pudiera respirar libremente.
Durante el día, pusimos la casa en orden. La hija corría por el patio, reía, me ayudaba a ordenar las cosas. Parecía que todo iba perfectamente.
Pero la noche lo cambió todo.
Al principio escuché un llanto suave. Afuera. Humano, pero extrañamente lastimero. La hija se abrazó a mí: «Papá… alguien está llorando allí». Me dije a mí mismo que era el viento. Pero los sonidos se volvían más desesperados. Provenían del viejo pozo en el patio trasero.
Me quedé allí escuchando. El corazón me latía más rápido. Algo dentro me decía: no se puede dejar así…
Tomé una linterna y una cuerda. La até a un árbol y bajé al pozo.
Las paredes estaban resbaladizas, la humedad y un olor penetrante llenaban la nariz. La oscuridad negra descendía con cada escalón. Casi no veía el final. Y entonces…
Ante mis ojos se abrió una escena que heló la sangre. El corazón se detuvo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
😨😨 No podía moverme. No podía respirar. Todo el mundo se reducía a este pozo.
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Me quedé inmóvil en el pozo, el corazón aún no se había recuperado. La oscuridad escondía algo vivo.
Y de repente escuché un maullido suave y penetrante. Se repetía, el eco difundía el sonido por las paredes, y por un instante pensé — era un llanto humano. Pero al escuchar mejor, comprendí: era un gatito.
Miré con cuidado más profundo. Entre la suciedad y las piedras había un pequeño gatito hambriento, junto a él — una gata adulta, claramente la madre, toda exhausta, encorvada, agotada por el hambre.
Sus ojos brillaban en la tenue luz de mi linterna, y el llanto, que reverberaba en el pozo, parecía casi humano de la desesperación.
Sin dudarlo, los levanté en mis brazos. La gata temblaba, maullaba, pero confió.
El gatito gruñía, pero estaba demasiado débil para resistirse. Con cuidado los saqué a la luz, los puse en una caja y los cubrí con una manta cálida.
En casa, Lily corrió inmediatamente hacia ellos. Sus ojos brillaban y su voz temblaba de alegría: «¡Papá, mira! ¡Ahora tenemos un amigo!». Colocamos a la gata y al gatito junto a un cojín suave. Lily los acariciaba suavemente, riendo, y ellos, cansados y hambrientos, se calmaban poco a poco.
En los días siguientes, los gatos fueron recuperando fuerzas. Su pelaje se volvía más suave, el apetito regresaba, y el gatito, fortaleciendo, comenzó a correr por la casa, jugando con Lily. La casa se llenó de nuevas risas, calor y vida.
Miraba a mi hija y a su nueva amiga peluda, y mi corazón se calmaba. Este lugar parecía finalmente un hogar.
Aquí estaba seguro. Aquí había una oportunidad de felicidad. Y el llanto del pozo se transformó en un suave ronroneo que calentaba el alma.











