😯😨Trabajaba como limpiadora para una familia rica. Cada noche el dueño bajaba al sótano con una expresión sombría y regresaba exactamente una hora después. Un día decidí bajar yo misma — y me quedé paralizada al ver lo que había en el suelo.
Trabajaba como empleada doméstica en una gran casa fuera de la ciudad — sin lujos ostentosos, pero todo respiraba dinero… Todo era perfecto allí, incluso el polvo parecía caer según un horario.
Pero había un detalle que no me dejaba en paz. Cada noche, casi a la misma hora, el dueño bajaba al sótano. En silencio, con el rostro tenso, como si llevara una carga invisible. Una hora después regresaba — tranquilo, pero extrañamente pálido. Y lo más curioso era que no permitía que nadie entrara allí.
Intenté no darle importancia, pero la curiosidad me consumía por dentro. ¿Qué podría haber ahí abajo? ¿Por qué todos los días a la misma hora, con la misma expresión?
Una noche, cuando no había nadie en la casa, no pude resistir y decidí bajar al sótano. Con las manos temblorosas encontré la llave — pequeña, opaca, como si la hubieran usado muchas veces. La puerta cedió con dificultad; el aire olía a humedad y a algo… metálico.
😱😲Bajé las escaleras. Un paso. Otro paso. Nada especial — estanterías viejas, herramientas, algunas cajas. Pero luego noté huellas en el suelo — como si alguien hubiera arrastrado algo pesado. Seguí la mirada… y me quedé inmóvil en la oscuridad al ver lo que se revelaba ante mí.․․․
Continuación — en el primer comentario👇👇
Con el corazón en un puño, di unos pasos hacia adelante. En el sótano reinaba el silencio, solo la bombilla del techo parpadeaba, proyectando sombras temblorosas en las paredes.
No había rastros de sangre, ni puertas secretas, ni nada aterrador — solo polvo, cajas viejas y olor a humedad. Casi tranquila, estaba a punto de subir cuando, en una esquina, bajo una lona gris, vi una extraña protuberancia.
Tiré con cuidado del tejido… y me quedé sin aliento. Frente a mí había un tren de juguete: pequeñas vías, un tren brillante, casitas y arbolitos al lado.
Todo estaba cuidadosamente dispuesto, como si alguien hubiera creado su propio pequeño mundo.
Imaginé a mi severo patrón bajando cada noche, encendiendo el tren y simplemente observándolo dar vueltas. En su rostro — ni ira ni cansancio, solo una extraña calma.
Cada uno busca su manera de aliviar la tensión. La suya era… simplemente diferente.











