Serví café a un cliente habitual, y de repente se agarró el pecho y señaló la taza: «Envenenado…»

Vibras Positivas

😱😨Serví café a un cliente habitual, y de repente se agarró el pecho y señaló la taza: «Envenenado…» Media hora después iba esposada, pensando en cómo salir de esa trampa y cómo encontrar al verdadero culpable.

Todo comenzó de manera completamente normal. Llevaba solo un par de semanas trabajando en ese café — mañanas tranquilas, aroma a café recién tostado, sonrisas de los clientes habituales. Entre ellos, destacaba uno: un hombre mayor con modales impecables.

Todos los días ocupaba la misma mesa junto a la ventana y pedía siempre lo mismo: una taza de café y un croissant. Su presencia se había convertido en parte del ritual matutino — como el suave tintineo de la porcelana o el aroma de la repostería.

Aquella mañana no había señales de peligro. Le serví su pedido habitual, me agradeció con la misma mirada amable… Y unos minutos después se llevó la mano al pecho y cayó al suelo.

Todos corrimos hacia él, alguien ya había llamado a la ambulancia — pensábamos en un infarto. Pero antes de perder el conocimiento, levantó un dedo tembloroso y señaló la taza:
— El café… está envenenado…

El silencio nos congeló. Luego — las miradas. Todas hacia mí.

😱😲 Media hora después ya iba en el coche de policía, con esposas en las muñecas. Sentía que el mundo se derrumbaba. No sabía quién ni por qué había hecho eso. Una cosa estaba clara: si no reconstruía cada detalle de esa mañana y no encontraba al culpable, ese veneno no solo mataría a él — también me destruiría a mí.

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En la celda, la memoria jugaba conmigo como un viejo tocadiscos — fragmentos de la mañana se repetían: la mirada del proveedor junto a la máquina de café, una frase corta del barista, el brillo del borde de la taza.

No podía quedarme sentada esperando mi destino. Por una rendija en la reja llamé a Mark — mi amigo de la infancia. Solo le dije una cosa: «Debes tomar mi lugar… Observar todo desde dentro».

Mark consiguió empleo en el mismo café haciéndose pasar por nuevo empleado y comenzó a observar. Solo los baristas y camareros tenían acceso a la máquina de café. Los demás ni se acercaban al mostrador.

Y entre todos, una persona destacó de inmediato — el barista llamado Eric. Reservado, tenso, mirada como si ocultara algo.

Mark decidió actuar con cautela. Después del turno se le acercó:
— Oye, estás muy tenso. Vamos a tomar algo, relájate.

Eric dudó, pero aceptó. En el bar, copa tras copa, se abrió. Confesó que ese día la dueña del café, Isabella, le había dado personalmente una pequeña bolsa diciéndole que era «un nuevo sabor para el café».

Le ordenó añadir un poco en la taza del cliente habitual y observar la reacción — como un experimento de marketing.

Eric obedeció, pero por la noche, al escuchar sobre la muerte del hombre, comprendió que la bolsa contenía algo completamente distinto.

Cuando Mark intentó hablar con Isabella con precaución, su sonrisa se congeló.
— Si dices una palabra a la policía — susurró — desaparecerás más rápido que ese anciano.

Después de eso, el rompecabezas se completó. Mark encontró en los archivos artículos: la víctima era el exfiscal Richard Grant, y el padre de Isabella era un ministro implicado en un caso de corrupción que Grant había cerrado antes. Pero con la aparición de nuevas pruebas, Grant planeaba reabrirlo.

La muerte no fue un accidente, sino un café servido cuidadosamente desde el pasado.

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El Lindo Rincón