🧐Cuando la doctora del servicio de urgencias llegó a la llamada, vio al paciente apretando con fuerza un papel extraño entre sus manos temblorosas…
😮 Marina llevaba más de veinte años trabajando como médica de emergencias y pensaba que ya nada podía sorprenderla. Turnos nocturnos, escaleras sucias, gente en pánico — todo eso formaba parte de su rutina. Pero esta llamada… era diferente. La dirección le resultaba vagamente familiar, pero con la prisa y la oscuridad, no pensó mucho en ello.
Un vecino abrió la puerta.
— Está en la habitación. Dijo que le dolía el corazón.
Marina entró. En el borde de la cama estaba sentado un hombre de unos sesenta años, pálido, con el cabello despeinado. En sus manos sostenía un papel arrugado. Le temblaban las manos. Lo sujetaba con fuerza, como si temiera soltarlo…
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— Me llamo Marina. ¿Cuál es su nombre? — preguntó mientras se sentaba a su lado y sacaba el tensiómetro.
Él levantó la mirada. Todo se detuvo.
— Luis, — respondió en voz baja.
Marina se quedó pálida. ¿Podía ser él? Habían pasado casi quince años. Estaba apenas cambiado. Algunas arrugas más, algo mayor, pero la mirada seguía igual — un poco perdida, como aquel último día.
— ¿Le duele el corazón?
Él asintió, aún sosteniendo el papel. Marina lo miró.
— ¿Es un diagnóstico?
Negó con la cabeza y le entregó la hoja en silencio. Ella la desplegó. Era una carta… con su propia letra.
«Luis, si algún día encuentras esta carta — significa que aún pienso en ti. He intentado vivir sin ti, pero algo dentro de mí nunca te ha dejado ir. Perdóname. Si el destino nos da otra oportunidad — no la rechazaré.»
Ella recordaba haberla escrito esa misma noche, cuando él se fue. Pero nunca la envió. La dejó dentro de uno de sus libros. Al parecer, él la encontró recién ahora.
Luis guardaba silencio.
— ¿Por qué llamó a emergencias? — preguntó ella suavemente.
— Porque cuando el corazón duele… no siempre es por una enfermedad.
Marina sonrió entre lágrimas.
— Entonces… parece que llegué al lugar correcto.