Cuando, en una fría tarde de invierno, su madre lo llevó y lo dejó en el orfanato, no lloró; solo miró tristemente a su madre y bajó la cabeza. Han pasado muchos años desde ese incidente, seis años desde ese día.
Nikita ahora tiene 8 años. Empezó a preguntar más y más sobre sus padres. Los cuidadores le dijeron que su madre se fue en un gran autobús rojo y prometió volver con su amado hijo.
Nikita creció frágil, encontrándose a menudo en aislamiento. Sin embargo, era diferente de sus compañeros porque, a la edad de cinco años, mostró un talento para la música.
A pesar de enfrentar desafíos, Nikita era un chico versátil que amaba dibujar, leer libros para niños y tenía muchos amigos. Una de las características más impactantes de su vida era la perseverancia.
En segundo grado, cuando se enseñaba inglés, Nikita se interesó más por su familia. No entendía cómo su madre podía dejarlo. Cada vez que hojeaba el libro de inglés y veía imágenes de familias felices, se imaginaba a sí mismo en los brazos de su madre.
Mientras Nikita se preguntaba por su madre, comenzó a contarles a todos sus amigos que su madre vendría a verlo. Observaba constantemente los autobuses que pasaban, esperando que alguno de ellos se detuviera en el orfanato y su madre bajara. Gradualmente, sus esperanzas se desvanecieron.
Un día, cuando Nikita caminaba solo, una mujer lo devolvió tres horas más tarde. Había estado parado en la parada de autobús, esperando, después de que un transeúnte le dijera que solo había un gran autobús rojo en la ciudad. Los maestros tuvieron que contactar a la directora.
Ella decidió contar la verdad. Informaron a Nikita que su madre estaba muy enferma porque él la dejó. La directora admitió no tener noticias de la madre del niño desde hacía mucho tiempo y que tal vez no regresaría. Nikita aceptó la noticia con su indiferencia habitual, pero tenía lágrimas en los ojos, que intentaba ocultar.
Nikita no mostró signos de ansiedad y pronto todos pensaron que todo estaba bien. Sin embargo, resultó que no era tan simple. Nikita creía que todo era una mentira, pensando que los maestros simplemente no querían dejarlo ver a su madre.
En el momento adecuado, dejó el orfanato, reunió todas sus fuerzas y corrió a la parada de autobús. Cinco minutos después, llegó el autobús y Nikita subió. Ofreció la tarifa del autobús, tres caramelos de limón. Media hora después, anunciaron la última parada y Nikita bajó, sintiéndose confundido.
Pensó que vería a su madre tan pronto como la viera. Caminó durante unas tres horas, con la mirada fija, esperando ver a su madre. Sus manos y pies estaban congelados, tenía hambre, y de repente notó las luces de un automóvil que se acercaba. «Mamá, mamá, estoy aquí», dijo y se desmayó. Julia arrancó el coche.
Nikita abrió los ojos, acostado en una cama cálida y acogedora, viendo a una mujer parada junto a la cama. «Mamá, sabía que vendrías; lo creía».
Meses después, Julia se divorció de Nikita. Regresaba de otra consulta ese día cuando su médico le dijo que sus posibilidades de ser madre eran nulas. Pero el destino le tenía preparado algo más.